PASAR
POR ALTO LOS PECADOS DEL PUEBLO
El
deber de reprender el pecado
Se
me ha mostrado que Dios ilustra aquí cómo considera el pecado de los que
profesan ser el pueblo que guarda sus mandamientos. Aquellos a quienes él ha
honrado especialmente haciéndoles presenciar las notables manifestaciones de su
poder, como al antiguo Israel, y que aun así se atreven a despreciar sus
expresas indicaciones, serán objeto de su ira. Quiere enseñar a su pueblo que
la desobediencia y el pecado le ofenden excesivamente, y que no se los debe
considerar livianamente. Nos muestra que cuando su pueblo es hallado en pecado,
debe inmediatamente tomar medidas decisivas para apartar el pecado de sí, a fin
de que el desagrado de Dios no descanse sobre él. { 1JT 334.1; 1TT.334.1 }
Pero
si los que ocupan puestos de responsabilidad pasan por alto los pecados del
pueblo, su desagrado pesará sobre ellos, y el pueblo de Dios será tenido en
conjunto por responsable de esos pecados. En su trato con su pueblo en lo
pasado, el Señor reveló la necesidad de purificar la iglesia del mal. Un
pecador puede difundir tinieblas que privarán de la luz de Dios a toda la
congregación. Cuando el pueblo comprende que las tinieblas se asientan sobre él
y no conoce las causas, debe buscar a Dios con gran humillación, hasta que se
hayan descubierto y desechado los males que agravian su Espíritu. { 1JT 334.2;
1TT.334.2 }
El
prejuicio que se ha levantado contra nosotros porque hemos reprendido los males
cuya existencia Dios me reveló, y la acusación que se ha suscitado de que somos
duros y severos, es injusta. Dios nos ordena hablar, y no queremos callar. Si
hay males evidentes entre su pueblo, y si los hijos de Dios los pasan por alto
con indiferencia, en realidad éstos sostienen y justifican al pecador, son
igualmente culpables y causarán
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como
aquél el desagrado de Dios, porque serán hechos responsables de los pecados de
los culpables. Se me han mostrado en visión muchos casos que provocaron el
desagrado de Dios por la negligencia de sus siervos al tratar con los males y
pecados que existían entre ellos. Los que excusaron estos males fueron
considerados por el pueblo como personas de disposición muy amable, simplemente
porque rehuían el desempeño de un claro deber bíblico. La tarea no era
agradable para sus sentimientos; por lo tanto la eludían. { 1JT 334.3;
1TT.334.3 }
El
espíritu de odio que ha existido entre algunos porque fueron reprendidos los
males que reinaban entre el pueblo de Dios, ha ocasionado ceguera y un terrible
engaño para sus almas, haciéndoles imposible discriminar entre lo bueno y lo
malo. Los tales han apagado su propia visión espiritual. Pueden presenciar los
males, pero no se sienten como se sentía Josué, ni se humillan al advertir el
peligro de las almas. { 1JT 335.1; 1TT.335.1 }
El
verdadero pueblo de Dios, que toma a pecho el espíritu de la obra del Señor y
la salvación de las almas, verá siempre al pecado en su verdadero carácter
pecaminoso. Estará siempre de parte de los que denuncian claramente los pecados
que tan fácilmente asedian a los hijos de Dios. Especialmente en la obra final
que se hace en favor de la iglesia, en el tiempo del sellamiento de los ciento
cuarenta y cuatro mil que han de subsistir sin defecto delante del trono de
Dios, sentirán muy profundamente los yerros de los que profesan ser hijos de
Dios. Esto lo expone con mucho vigor la ilustración que presenta el profeta
acerca de la última obra, bajo la figura de los hombres que tenían sendas armas
destructoras en las manos. Entre ellos había uno vestido de lino que tenía a su
lado un tintero. “Y díjole Jehová: Pasa por medio de la ciudad, por medio de
Jerusalem, y pon una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a
causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella.” Ezequiel 9:4.
{ 1JT 335.2; 1TT.335.2 }
¿Quiénes
siguen el consejo de Dios en este tiempo? ¿Son los que excusan virtualmente los
yerros de entre el profeso
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pueblo
de Dios, y quienes murmuran en su corazón, si no abiertamente, contra los que
quisieran reprender el pecado? ¿Son aquellos que se les oponen y simpatizan con
los que contemporizan con el mal? No, en verdad. A menos que se arrepientan, y
dejen la obra satánica de oprimir a los que tienen la preocupación de la obra,
y de dar la mano a los pecadores de Sión, nunca recibirán el sello de la
aprobación de Dios. Caerán en la destrucción general de los impíos,
representada por la obra de los hombres que llevaban armas. Nótese esto con
cuidado: Los que reciban la marca pura de la verdad, desarrollada en ellos por
el poder del Espíritu Santo y representada por el sello del hombre vestido de
lino, son los que “gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se
hacen” en la iglesia. Su amor por la pureza y el honor y la gloria de Dios es
tal, y tienen una visión tan clara del carácter excesivamente pecaminoso del
pecado, que se los representa agonizando, suspirando y llorando. Léase el
capítulo noveno de Ezequiel. { 1JT 335.3; 1TT.335.3 }
Pero
la matanza general de todos los que no ven así el amplio contraste entre el
pecado y la justicia, y no tienen los sentimientos de aquellos que siguen el
consejo de Dios y reciben la señal, está descrita en la orden dada a los cinco
hombres con armas: “Pasad por la ciudad en pos de él, y herid; no perdone
vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad viejos, mozos y vírgenes, niños y
mujeres, hasta que no quede ninguno: mas a todo aquel sobre el cual hubiere
señal, no llegaréis; y habéis de comenzar desde mi santuario.” Ezequiel 9:5, 6.
{ 1JT 336.1; 1TT.336.1 }
Despreciadores
de los reproches*
El
apóstol Pablo afirma claramente que lo experimentado por los israelitas en sus
viajes fué registrado para beneficio de los que viven en esta época, aquellos
en quienes los fines de los siglos han parado. No consideramos que nuestros
peligros sean menores que aquellos que corrieron los hebreos, sino mayores.
Seremos tentados a manifestar celos y a murmurar, y habrá rebelión abierta,
según se registra acerca del antiguo Israel. Habrá siempre un espíritu
tendiente a levantarse contra la reprensión de pecados y males. Pero, ¿deberá
callarse la voz de reprensión por causa de esto? En tal caso, no estaremos en
mejor condición que las diversas denominaciones del país que temen mencionar
los errores y pecados predominantes en el pueblo. { 1JT 342.1; 1TT.342.1 }
Aquellos
a quienes Dios apartó como ministros de la justicia tienen solemnes
responsabilidades en lo que se refiere a reprender los pecados del pueblo.
Pablo ordenó a Tito: “Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad.
Nadie te desprecie.” Tito 2:15. Siempre habrá quienes desprecien al que se
atreva a reprender el pecado; pero hay ocasiones en que debe darse la
reprensión. Pablo incitó a Tito a que reprendiese severamente a ciertas clases
de personas, para que fuesen sanas en la fe. { 1JT 342.2; 1TT.342.2 }
Los
hombres y las mujeres de diferentes temperamentos que se reúnen para formar la
iglesia, tienen peculiaridades y defectos. A medida que éstos se desarrollen,
requerirán reprensión. Si los que se hallan en puestos importantes no los
reprendiesen nunca ni exhortasen, pronto se produciría una condición de desmoralización
que deshonraría grandemente a Dios. Pero, ¿cómo será dada la reprensión?
Dejemos contestar al apóstol:
“Con
toda paciencia y doctrina.” 2 Timoteo 4:2. Los buenos principios deben
aplicarse a la persona que necesite reprensión, pero nunca se deben pasar por
alto, con indiferencia, los males que haya entre el pueblo de Dios. { 1JT
342.3; 1TT.342.2 }
Habrá
hombres y mujeres que desprecien la reprensión y que siempre se rebelarán
contra ella. No es agradable que se nos presenten las cosas malas que hacemos.
En casi cualquier caso en que sea necesaria la reprensión, habrá quienes pasen
completamente por alto el hecho de que el Espíritu del Señor ha sido
contristado y su causa cubierta de oprobio. Estos se compadecerán de los que
merecían reprensión, porque se han herido sus sentimientos personales. Toda
esta simpatía no santificada hace que los simpatizantes participen de la culpa
del que fué reprendido. En nueve casos de cada diez, si se hubiese permitido
que la persona reprendida comprendiese su mala conducta, se le habría ayudado a
reconocerla y por lo tanto se habría reformado. Pero los simpatizantes
entrometidos y no santificados atribuyen falsos motivos al que reprende y a la
naturaleza del reproche, y, simpatizando con la persona reprendida, la inducen
a pensar que realmente se la maltrató y sus sentimientos se rebelan contra el
que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los que cumplen fielmente sus
deberes desagradables, conociendo su responsabilidad ante Dios, recibirán su
bendición. Dios exige que sus siervos estén siempre dispuestos a hacer su
voluntad con fervor. En el encargo que da el apóstol a Timoteo, le exhorta así:
“Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye,
reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” 2 Timoteo 4:2. { 1JT 343.1;
1TT.343.1 }
Hay
aún otra clase de personas que tiene gran luz y convicción especial, y una
verdadera experiencia en la obra del Espíritu de Dios. Pero la han vencido las
múltiples tentaciones de Satanás. No aprecia la luz que Dios le ha dado. No
escucha las amonestaciones y reprensiones del Espíritu de Dios. Está bajo
condenación. Dichas personas resistirán siempre el testimonio recto, porque
éste las condena. { 1JT 345.2; 1TT.345.1 }
Dios
quiere que su pueblo sea una unidad; que sus hijos tengan un mismo parecer, un
mismo ánimo y un mismo criterio. Esto no puede lograrse sin un testimonio
claro, recto y vivo en la iglesia. La oración de Cristo era que los discípulos
fuesen uno como él era uno con su Padre. “Mas no ruego solamente por éstos,
sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que
todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos
sean en nosotros una cosa; para que el mundo crea que tú me enviaste. Y yo, la gloria
que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos
una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; y que
el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí me
has amado.” Juan 17:20-23. { 1JT 345.3; 1TT.345.2 }
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